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José, bueno.
“José, obedeces los planes divinos sin rechistar,
con una fidelidad exquisita.
¿Has de marchar a
Egipto?
Coges a la familia y vas para allá.
¿No podría Dios haber
resuelto el problema de un modo más sencillo?
¿No era ésa, en
definitiva, la familia de Jesús, su propio hijo?
No te quejas, no pierdes
el ánimo.
Habrá que salir de noche -deprisa-, con lo
puesto.
Habrá que volver a empezar, en aquella tierra
desconocida y lejana.
Dios sabe más: hágase su
voluntad.
Madre, ¡cómo debiste sufrir la noche de la huida
a Egipto!
El Niño era muy pequeño; el viaje, largo.
Había que escoger -de
entre los enseres familiares- sólo lo imprescindible.
Además, estaban
persiguiendo a Jesús... «¡para matarlo!»
Pero no salió de tu boca
ni una mueca de enfado, ni una palabra de rebeldía.
Tu sonrisa calmada y el
silencio de Jesús -que dormía plácidamente- llenaban aquel hogar de paz, de
alegría, de luz, en medio de aquella oscura noche.”
Federico Suárez
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