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Barquichela
¿De que hablas, Señor, con Él, tu Padre?
Hablas de mí.
Conversas s de mis
cosas,
de mis preocupaciones,
le dices de mis
tribulaciones y mis gozos;
y en término primero,
de lo que necesitas
regalar para salvarme.
La única arruga
incisiva
en tu ceño
es cuando me inclino al
borde de la cima:
contemplas cómo se me caen los remos de las
manos,
los brazos que se aflojan,
el sobrecogerme la
fatiga.
Ves cómo cedo.
E interrumpiendo tu
coloquio con tu Padre,
le dices: ya lo ves,
perdóname un momento,
ya vuelvo, Padre,
tengo un asunto
importante que atender…
Abandonado el cielo te
colocas, Señor a mi costado,
y recoges los remos
abandonados en el fondo del bote,
empapados en agua;
los secas,
y colocas sin que yo lo
note entre mis manos,
y las aprietas,
y remas…
remas por mí, como si
fuese yo el que se esfuerza;
y no cejas hasta que la
pobre barquichuela, firme, salvada,
encalle en las arenas de
la playa.
Ya puedes, Señor mío,
reanudar la interrumpida
charla con tu Padre.
Jorge Arrastia
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