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Una lamparita roja...
Ahora,
como en tiempos de
Samuel,
son tiempos de una cierta “ausencia de Dios”
(indigno comportamiento
de la casta sacerdotal, etc.)
pero "la lámpara de Dios
que ardía en el santuario
no estaba totalmente
apagada".
Tampoco ahora, ¡y ahí está la solución!,
está totalmente apagada:
es esa lamparita roja,
trémula, pequeña
que arde junto a la Hostia blanca;
que anuncia la
inmensidad de un Dios que todo, todo lo puede,
que hecho una cosa
aguarda,
que quiere que le contemos lo que pasa,
para enterarse
porque allí encerrado y
apartado
no se oyen los ruidos si no vamos a gritarlos.
Se esconde por amor,
y vela y ama en
solitario,
y espera
por ti y por mí,
para salvar a todos, uno
a uno.
¿Vas?
voy,
allí,
a quejarnos, a
lamentarnos,
a contarle de las miserias de este mundo,
de las miserias tuyas
que no son muy diferentes
y que marcan esa
ausencia de Dios en rabia y sangre?
¿Vas, voy,
a donde está la
solución?
¿De que te quejas,
de qué me quejo
¡si no se lo contamos y
no se entera!?
¿No sabes, no lo sabías,
que la lámpara de Dios
que ardía en el santuario
no estaba totalmente
apagada?
“Él se inclinó y escuchó mi grito:
me puso en la boca un
cántico nuevo, un himno a nuestro Dios”.
Anónimo.
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