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¡Hosanna! y ¡Crucifícalo!, la
contradicción de los hombres (Pedro)
Continuamos con Pedro…
Pedro
Entonces Jesús dijo: “Me
muero de tristeza”...Padre mío, si es posible que se aleje de mí ese
trago”...
Al encontrar a los discípulos dormidos, dijo a
Pedro: "Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad
para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es
débil”. Le vieron demacrado y pálido, cubierto de sangre y desencajado.
Yo no tengo palabras
para resaltar éstas de Jesús, tan amargas y trascendentales. Lo mejor que
podremos hacer es dejarlas resonar en nuestro interior en profundo silencio:
Morir de tristeza. No habéis podido orar conmigo una hora... Sin oración
seremos vencidos. Acompañemos a Jesús con cariño y ternura que está
sufriendo fuera de todo encarecimiento por nosotros.
Y tomemos nota de cuál
es en este momento cumbre de su vida, la recomendación que nos hace: “Orar.
No les dice a los discípulos: Convenced a Judas de que no lo haga. Id a
hablar con Anás y con Caifás. Moveos. Ayudadme. Haced algo. Todo lo que les
dice, lo que nos dice, es orad, estad conmigo y con el Padre. Dejad que el
Padre disponga y haga su Voluntad. Y hacedlo con sencillez, con simplicidad:
“Pase de mí este cáliz”. Ni grandes discursos, ni muchas palabras:
“repitiendo las mismas palabras”, anota Marcos.
Hemos vivido unos años
de verdadera algarabía en torno a la oración. Y no sólo en la Iglesia
Católica, sino también en las separadas. Sobre la oración primero fue el
silencio. Después la calumnia. Luego la omisión. Y ahora que se habla más de
ella, creo que se habla más que se ejerce. Mientras, avanza el desierto. Con
la teología radical de la muerte de Dios, no había posibilidad de diálogo
con un Dios muerto. Con la crisis y falta de fe Dios no interesaba al
hombre. La autonomía del hombre descartaba el trato con el Ser trascendente.
Con la secularización y la desacralización, el trato con Dios era una forma
alienante de la personalidad. La escasa coherencia de los orantes
profesionales, daba origen a acusar a la oración de evasión y
des-encarnación de la vida. Y Jesús ha comenzado la Redención del género
humano, orando y diciéndonos que oremos.
Vamos a ver en seguida
los efectos de la omisión de la oración: "No conozco a ese hombre". Pedro no
ha podido velar una hora con el Maestro y la falta de oración causa su caída
y la caída de todo aquel que no vela. Y así sucedió: “Todos los discípulos
le abandonaron y huyeron. Pedro ha negado al Maestro hasta con juramento,
cobardemente ante las criadas, confiando presuntuosamente en sí mismo, y
poniéndose en la ocasión. Pero tiene más corazón que Judas. Llora y pide
perdón a Jesús con la mirada. Probablemente fue a buscar a María, la madre
de Jesús, para contárselo a ella y eso le salvó.
Si con atenta mirada avizoramos el panorama de la
Iglesia que ora, prescindiendo de la que no ora, por los frutos veremos una
multitud de principiantes. No han dejado el libro para orar, no han
contemplado; y la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza,
exclusivismo y petulancia campan por sus respetos. No es tanto la dejadez de
la oración lo que importa, que también, cuanto los efectos que engendra esa
omisión. Liszt el célebre pianista, solía decir: si estoy un día sin tocar,
lo noto yo, si dos días, lo nota mi mujer, si tres, lo nota el público.
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