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Dios y satán.
No reconocemos la
presencia de Dios en el instante que está con nosotros,
sino después,
cuando volvemos la mirada sobre los
acontecimientos pasados.
Acontecimientos agradables o
dolorosos:
no sabemos en el momento su significado.
No vemos en ellos la mano de Dios.
Si tenemos fe, confesamos lo que no
vemos y acogemos todo lo que nos acontece como venido de su mano.
Con todo, tanto si lo aceptamos con
espíritu de fe como no, no hay otro medio de aceptarlo que la fe.
No vemos nada.
No comprendemos cómo puede suceder
tal cosa o a qué sirve tal otra.
Un día, Jacob exclama: “Todo se
vuelve contra mí.”
Realmente parece que fuera así...
Y no obstante, todas sus desventuras
se habían de trocar en bienes.
Considerad su hijo José, vendido por sus hermanos,
llevado a Egipto, encarcelado de cuerpo y de espíritu,
esperando que el Señor se
compadeciera de él.
Repetidamente dice el texto sagrado: “El Señor estaba
con José.” ...
Una vez pasada la calamidad, comprendió lo que en su
momento resultaba tan incomprensible y dijo a sus hermanos:
“Dios me envió delante de vosotros
para salvar vuestras vidas...No fuisteis vosotros quienes me enviasteis a
este lugar sino Dios.”
¡Prodigiosa providencia,
silenciosa y no obstante tan eficaz,
constante e infalible!
Ella destruye las maquinaciones del diablo.
Satanás no puede conocer la mano de
Dios que obra en el curso de los acontecimientos.
Beato
John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra
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