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Donde el temple se adquiere.
“El temple del
buen cristiano se adquiere,
con la gracia,
en la forja de la oración.
Y este alimento de la plegaria, por
ser vida, no se desarrolla en un cauce único.
El corazón se desahogará
habitualmente con palabras,
en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo
Dios,
Padre
nuestro,
o
sus ángeles,
Ave María.
Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el
tiempo,
en
las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe:
las de la liturgia -lex orandi-,
las que han nacido de la pasión de
un corazón enamorado,
como tantas antífonas marianas:
Sub tuum praesidium…, Memorare…,
Salve Regina…
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones,
lanzadas al Señor como saeta,
iaculata:
jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo:
Domine, si vis, potes me mundare,
Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo
te,
Señor,
Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo,
Domine, sed adiuva incredulitatem
team,
creo,
Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe;
Domine, non sum dignus, ¡Señor, no
soy digno!;
Dominus meus et Deus meus, ¡Señor mío y Dios mío!…
U otras frases, breves y afectuosas,
que brotan del fervor íntimo del alma,
y responden a una circunstancia
concreta”.
Y además necesitamos unos ratos diarios, dedicados a rezar donde nos espera;
junto al Sagrario
si podemos,
en esa “cárcel de amor”
San Josemaría Escrivá de
Balaguer
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