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En Nazaret… (I)
En 30 años de vecindad en Nazaret, ni un gesto de
María que indicara a los vecinos y vecinas su verdadero, su fenomenal
categoría de madre de Dios, de reina del cielo y del mundo.
La humildad de María.
Esta absoluta carencia
de orgullo, de vanidad, de la más mínima intención de aparentar, de ser
estimada de los demás, es algo que no podemos comprender en una mujer... ni
en un hombre.
Todos somos tan innata, tan estúpidamente
vanidosos, que la mitad de nuestras actitudes todas se reduce a aparentar
que somos más de lo que somos.
Unas se pintan la cara y
se tienen el pelo para parecer más bellas de lo que son; otros pintamos y
teñimos nuestras palabras para aparentar que sabemos mucho más de lo que
sabemos; otros tiñen sus negocios para que parezcan justos y honrados; otros
arreglamos nuestros gestos para aparentar que somos más virtuosos de lo que
somos.
Todos tenemos mucho cuento. Todos, menos María.
María de Nazaret. María
la madre de Dios, con sus vestidos no mejores que las demás; con sus gestos
sencillos, mucho más sencillos que los de los demás del pueblo. María que,
en 30 años no ha tenido un solo gesto para demostrar “que Ella no es menos
que fulanita”.
¡Cuántas veces la Virgen se dejó superar por
fulanita y menganita en vestidos, en muebes de casa...; Cuántas veces hasta
vistió más pobremente a su hijo que lo que vestían las vecinas a sus
respectivos hijos!
Cuando en la tertulia, las vecinas alardeaban de
que conocían y trataban con gente rica y gorda en Jerusalén, María escuchaba
tranquila sin tratar de meter una baza más gorda que las demás...
¡Ella codearse con gente
grande...! Ella trataba mucho, sí, con su marido, José, y con su hijo
Jesús...
Pedro Ma. de Iraolagoitia, S.I.
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