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Una realidad poco conocida!!!
Los
cristianos, al hablar del dolor de Cristo, están al corriente de lo mucho
que sufrió durante la Pasión; pero consideran que ahora que está en el
cielo, ya nada le turba.
Desconocen que, como afirmó Pío XI,
“Nosotros ahora, de un modo admirable y verdadero, podemos y debemos
consolar ese Corazón Santísimo, continuamente herido por los pecados de los
hombres desagradecidos”.
El sentido común nos dice que quienes están
en el cielo no le causan ningún motivo de preocupación. Pero si a Él, o a
Dios padre, no les afectase lo que hacemos en la tierra, sólo quedarían dos
posibilidades: o no conocen lo que pasa aquí, o pasan (se olvidan) de
nosotros. Ambas alternativas son igualmente absurdas, pues supondrían una
limitación impropia de su poder, o una indiferencia a todas luces
incompatible con su amor.
Sabemos que todo lo nuestro le afecta tanto
cuanto nos ama. El amor siempre comporta un aumento de la vulnerabilidad y
de la capacidad de alegrarse. El afecto conduce a la identificación con las
alegrías y penas de la persona amada. Todo amante, incluso el más perfecto,
se expone a sufrir o gozar. Según sea correspondido o no, experimenta dicha,
pesar, agradecimiento o decepción.
Los actuales exámenes del corazón
de Jesús se derivan, por tanto, de su amorosa identificación con cada uno de
nosotros.
No hay alegría o pena en la tierra que no comparta. En
concreto, nuestras desgracias, especialmente el daño que nos causa cada
pecado, le hacen sufrir tanto cuanto nos ama.
En efecto, como
recuerdan tantos autores, en la Cabeza del Cuerpo Místico repercuten los
padecimientos de cada uno de sus miembros. San Josemaría, por ejemplo,
afirma: “Ahora mismo Cristo sigue sufriendo en sus miembros, en la humanidad
entera que puebla la tierra, y de la que es Cabeza, y Primogénito, y
Redentor”. Y Ratzinger: Ya hemos visto que el Creador “se ha hecho
vulnerable”.
Michel Esparza.
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