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Del sufrimiento (II).
Al mismo tiempo, el sufrimiento nos fortalece
cuando es aceptado con amor.
No es posible que este
trabajo se haga sin una poderosa reacción de nuestra voluntad.
Todas nuestras
facultades se encabritan contra el aguijón, pero no queremos que a él
escapen
y su acción torna a nuestra voluntad fuerte, ágil,
dócil y humilde en las manos de la voluntad divina, ordenadora de todo,
y le devuelve algo del
vigor de aquel don de integridad que el primer hombre perdió al mismo tiempo
que la gracia.
Hay que realizar un
esfuerzo para permanecer sobre el yunque mientras llueven los golpes;
para no apartarse de la
Cruz: “Christo confixus sun cruci”. “Estoy crucificado con Cristo”.
Es preciso resistir
largas horas clavado en situación de víctima, tanto tiempo como Dios quiera.
Pues Dios no es como los cirujanos terrenales,
que insensibilizan a sus enfermos.
Él, por el contrario, no
nos duerme,
sino que a menudo hace más aguda y más dolorosa
esa penetración del sufrimiento en lo íntimo de nuestro corazón
hasta sus últimas fibras.
No puede adormecernos.
No conviene.
Jesús no estuvo aletargado en la Cruz.
Padre Robert de
Langeac
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