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Soledad
Se han ido todos, Madre, te han dejado sola.
Sola con el Niño en los brazos, como aquella noche de Belén.
Se
han ido todos:
soldados y fariseos, mercaderes e hijas de Jerusalén,
apóstoles y sayones.
Toda la chusma, toda la pasta humana ha bajado a
Jerusalén.
Con ellos, nos hemos ido todos.
Para nosotros
mismos, Viernes Santo es un momento...,
después volvemos a lo mismo.
Arriba, en la cumbre, estás tú sola, Madre.
Sola con el Hijo
dormido en los brazos.
Todos los demás nos hemos vuelto al pueblo;
a esto que nosotros llamamos tan pomposamente:
asuntos, negocios,
quehaceres, obligaciones.
Tú, sola, Madre, arriba,
con el
quehacer de limpiar con tu pañuelo, con tus manos,
el rostro sucio,
ensangrentado, de Cristo.
Mientras tanto, en Jerusalén el bruto del
Malco estará en alguna taberna enseñando la oreja y diciendo que a él nadie
le curó la oreja,
porque a él nadie le cortó la oreja, ni guapo que
se la corte.
Y como Malco, muchos de nosotros,
fingiendo que
Cristo no ha pasado por nuestra vida,
diciendo que nosotros somos tan
brutos y tan plantados como cualquiera...
En una palabra: enseñando
la oreja.
Tú, madre, sola, allí arriba, con tu Hijo en los brazos.
Padre Pedro Ma.
De Iraolagoitia. S.I
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