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Soledad
Estás sola, Tú, con Cristo,
porque te han
dejado también los buenos.
Las hijas de Jerusalén lloran un poco a la
subida,
pero ahora ya se han ido;
es fácil que estén ahora
riendo por las plazas de Jerusalén.
Las hijas de Jerusalén lloran
fácilmente un Viernes Santo,
pero luego olvidan fácilmente que Cristo
ha muerto
y que Tú estás sola con Él en los brazos.
Las hijas
de Jerusalén que son buenas durante tres minutos,
malas durante
trescientos y vulgares durante tres mil.
Las hijas de Jerusalén que
se cubren con el velo por la mañana,
para que las vea Dios:
y
se lo quitan por la tarde para que las vean los hombres.
Las hijas de
Jerusalén que creen y parecen que son leño verde,
pero que Cristo
dice que son leño seco.
Las hijas de Jerusalén, María,
que ha
subido hasta la mitad del camino del Calvario,
sólo hasta la mitad,
y luego han vuelto otra vez al pueblo,
dejándote a ti sola con
Cristo.
Las muchas, las muchísimas,
que sabe llorar pero no
sabe sufrir.
Tampoco está Pedro, María.
Pedro que debiera
estar aquí, el primero de todos los hombres,
contigo.
Pedro,
el católico belicista,
el de las espadas y los mandobles…,
El
que después busca estar calentito al fuego,
mientras padece Cristo.
Se han ido todos.
Padre Pedro Ma.
De Iraolagoitia. S.I
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