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¿Y si no…?
¿Y si no…?
Tú y yo.
Este hoy y este aquí
Fijemos con atención nuestra mirada en la
sangre de Cristo,
y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de
Dios su Padre,
pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la
gracia de la conversión para todo el mundo.
Recorramos todos los
tiempos y aprenderemos cómo el Maestro,
de generación en generación,
“concedió un tiempo de conversión”
a todos los que deseaban
convertirse a él.
Noé predicó la conversión, y los que le escucharon
se salvaron.
Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su
ciudad,
y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios
y, a fuerza de súplicas,
alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser
del pueblo elegido.
“Por mi vida, oráculo del Señor, yo no quiero la
muerte del pecador sino que se convierta”
Y añade aquella sentencia
llena de bondad:
“Convertíos a mí, casa de Israel, de vuestra
inquietud.
Di a los hijos de mi pueblo:
Aunque vuestros
pecados lleguen hasta el cielo,
aunque sean como la púrpura y rojos
como escarlata,
si os convertís a mí de todo corazón y decís “Padre”,
os escucharé como a mi pueblo santo”
¿Y si no…?
San
Clemente de Roma, Papa
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