|
¡Ven!...
«¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?»
¡Oh desdichado Adán!
¿Qué buscas que sea
mejor que la presencia divina?
Pero, hete aquí,
ingrato, rumiando tu fechoría: «¡No; seré como Dios!».
¡Qué orgullo tan
intolerable! Acabas de ser hecho de arcilla y barro y, en tu insolencia,
¿quieres hacerte semejante a Dios ?...
Es así como el orgullo
ha engendrado la desobediencia, causa de nuestra desdicha...
¿Qué humildad podría compensar orgullo tan
grande?
¿Es que hay obediencia de hombre capaz de
rescatar semejante falta?
Cautivo ¿cómo puede
liberar a un cautivo?; impuro ¿cómo puede liberar a un impuro?
Dios mío ¿va a perecer
vuestra criatura?
«¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la
cólera cierra sus entrañas?»
¡Oh no! « Mis
pensamientos son de paz y no de aflicción » dice el Señor.
¡Apresúrate, pues, Señor; date prisa! Mira las
lágrimas de los pobres;
fíjate, «el gemido de
los cautivos llega hasta ti».
Tiempo de dicha, día
amable y deseado, cuando la voz del Padre exclama:
«Por la opresión del
humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré»...
Sí, «Ven a salvarnos,
Señor, ven tú mismo, porque se acaban los buenos».
San Elredo de Riveal (1110-1167) Monje
Cisterciense.
|
|