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Señor, gracias, perdón, ayúdame mas.
Hoy es un buen momento
para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza.
Buena oportunidad para
pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó;
buena ocasión para dar
gracias por todos los beneficios del Señor.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es
corto,
pero suficiente para decirle a Dios que le amamos
y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno.
Por eso nos advierte San
Pablo:
Andad con prudencia, no como necios, sino como
sabios, aprovechando bien el tiempo,
pues pronto viene la
noche, cuando ya nadie puede trabajar.
Verdaderamente es corto
nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar.
No es justo que malgastemos, ni que tiremos ese
tesoro irresponsablemente por la ventana:
no podemos desbaratar
esta etapa del mundo que Dios nos confía.
Cada año que pasa es una
llamada para santificar nuestra vida ordinaria
y un aviso de que
estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios.
No nos cansemos de hacer
el bien,
que a su tiempo cosecharemos, si no
desfallecemos.
Es fácil que
encontremos, en este año que termina, omisiones en la caridad, escasa
laboriosidad en el trabajo profesional,
mediocridad espiritual
aceptada, poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación,
gracias del Espíritu
Santo no correspondidas,
intemperancia, malhumor,
mal carácter, distracciones en nuestras prácticas de piedad...
Son innumerables los
motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor, haciendo actos de
contrición y de desagravio.
Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y
procurar no ser ingratos,
porque con esa condición
las da el Señor;
que si no usamos bien del tesoro y del gran
estado en que nos pone, nos lo tornará a tomar y nos quedaremos muy más
pobres,
y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y
aproveche con ellas a sí y a los otros.
Pues, ¿cómo aprovechará
y gastará con largueza el que no entiende que está rico?
Hablar con Dios
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