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Dos Nacimientos, sin nacer dos veces...
En Cristo hay dos nacimientos;
tanto el uno como el
otro son expresión de un poder divino que nos sobrepasa absolutamente.
Por un lado, Dios
engendra a su Hijo a partir de él mismo;
por el otro, una virgen
lo concibió por intervención de Dios...
Por un lado, nace para
crear la vida; por el otro, para quitar la muerte.
Allí, nace de su Padre;
aquí, nace a través de los hombres.
Por ser engendrado por
el Padre, es el origen del hombre; por su nacimiento humano, libera al
hombre.
Ni una ni otra forma de nacimiento se pueden
expresar propiamente y al mismo tiempo son inseparables...
Cuando enseñamos que hay dos nacimientos en
Cristo, no queremos decir que el Hijo de Dios nace dos veces,
sino que afirmamos la
dualidad de naturaleza en un solo y único Hijo de Dios.
Por una parte, nace lo
que ya existía;
por otra parte se produce lo que todavía no
existía.
El bienaventurado evangelista Juan lo afirma con
estas palabras:
«En el principio ya existía la Palabra, y la
Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios»,
y también: «La Palabra
se hizo carne».
Así pues, Dios que estaba junto a Dios salió de
él, y la carne de Dios que no estaba en él salió de una mujer.
Así el Verbo se hizo
carne, no de manera que Dios quede diluido en el hombre,
sino para que el hombre
sea gloriosamente elevado en Dios.
Por eso Dios no nació
dos veces, sino que hubo dos géneros de nacimientos
– a saber el de Dios y
el del hombre- por los cuales el Hijo único del Padre
ha querido ser al mismo
tiempo Dios y hombre en una sola persona:
«¿Quién podría contar su
nacimiento?» (Is 53,8 Vulg)
San Máximo de
Turín (¿-c. 420), obispo
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