|
¿Nos metemos en el relato...de un imposible?
Un
cuento corto y maravilloso!!!... ¡Vivámoslo!…
Un encuentro con Jesús
misericordioso…
Podemos meternos con la imaginación, en la casa junto
a Pedro, muy cerca del Señor. Tenemos suerte, porque muchos no caben, se han
quedado fuera. Muchos, con la esperanza de tocar su túnica al pasar. Jesús
está enseñando.
No faltan varios fariseos y doctores de la ley. Son
los que lo saben todo, escuchan buscando qué censurar. ¡Qué distinta la
gente sencilla que nos rodea dentro de la sala!
Mientras tanto,
cuatro hombres audaces, con fe en el Señor, traen a un paralítico para que
lo cure. Y no pueden entrar. Pero no se dan por vencidos. Por detrás la casa
suben al tejado; escuchamos sus pasos en el techo. Jesús sigue hablando.
Demasiado sabe Él lo que está ocurriendo. Después, comienzan a dar golpes.
Todos miramos hacia arriba: están perforando el terrado.
El Señor no
se inmuta. Caen trozos de barro seco, a pesar del cuidado de quienes lo
hacen. Por fin se ve, por la abertura, el cielo. Jesús sigue hablando. Pero
todos miramos las manos afanosas, el boquete descubierto, que se hace más
grande. Ya se ven sus rostros. Con cuerdas descuelgan la camilla, un fardo
con el cuerpo de aquel hombre paralítico. Y así, lo colocan delante del
Señor. Todos guardamos silencio.
El Señor suspende su enseñanza. Mira
al hombre paralítico y le sonríe. Los ojos del hombre, que está ahí, en el
suelo, se avivan. Los cuatro audaces se han quedado en el techo. Sus cuatro
caras pegadas miran respetuosas y atentas. No dicen nada. El Señor también
les mira a ellos. Quisieran esconderse, no pueden. La humildad brota en sus
semblantes. Y también les sonríe.
Con Jesús volvemos nuestra mirada
al paralítico. Parece como si toda su vida se agolpara en sus ojos: miran
llenos de esperanza. La compasión divina se posa en esa esperanza. Vuelven a
avivarse los ojos del hombre. La Misericordia infinita y la miseria ínfima,
frente a frente. Y en la sala, un silencio impresionante.
-“Tus
pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos se remueven
en sus asientos: están pensando mal. Jesús se encara con ellos, sin corazón:
ignoran la miseria del hombre.
-“¿Qué es lo que andáis revolviendo en
vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados,
o decir: Levántate y anda...?” Misericordiosa y protectora mirada de Jesús
para el humilde caído; desafiante y acusadora para la soberbia engreída.
Los aludidos bajan los ojos y enmudecen. Sus cabezas se inclinan. El
Señor les sigue hablando, pero ellos no oyen ya, turbados de vergüenza...
Cuando han sentido alivio, porque los ojos de Jesús han vuelto a posarse
sobre los que le miraban con silenciosa esperanza, logran levantar los
suyos.
-“¡Levántate!.. . Carga con tu camilla y vete a tu casa”.
Jesús al momento mira a los cuatro del tejado, y nosotros con Él. Como que
es este milagro un premio a su fe callada y operativa. Y por mirar arriba no
observamos cómo fueron los primeros movimientos del hombre curado. Nos
sorprende, ya de pie, levantando su camilla. Por el pasmo, todos los ojos se
agrandan más y más.
Es que no nos acostumbramos a los milagros: nos
sorprenden siempre. Y el que había sido paralítico obedece, y sale lleno de
gozo, dando gloria a Dios. Desde dentro escuchamos el clamor de las gentes
en la plaza. Se sorprendieron al ver la obra de Dios, realizada a pesar de
ellos.
Salió el hombre de aquella casa por donde no entró. Y volvió a
su hogar por un camino que no había andado, a vista de todo el mundo, de
forma que todos estaban pasmados y dando gloria a Dios, decían: Jamás
habíamos visto cosa semejante.
Hoy aprendo que la audacia debe
llevarnos a poner por obra lo que nos enseña la fe. A un hombre así, que
vive conmigo, le encomendaron una misión dificilísima, llevada ya a cabo
felizmente, porque entendía algo de aquella cuestión, y porque era lo
suficientemente lanzado como para no darse cuenta que era imposible.
J. A. González Lobato.
|
|