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No te defiendas.
Buscad el rostro de Aquel que
habita siempre,
con presencia real y corporal, en su Iglesia.
No os defendáis de Él,
antes bien, cuando estéis en apuro acudid a
Él, día tras día,
pidiéndole fervorosamente y con perseverancia
aquellos favores que solo Él puede otorgar.
Se dignará increpar a
los vientos y al mar y dirá: “Paz, estad tranquilos”.
Y habrá una
gran calma.
Card. J. H. Newman,
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