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Un pálido reflejo.
Es maravilloso detenerse a
admirar cómo se hace presente la vida del Espíritu en las relaciones
humanas.
Porque todo gesto de amor humano es un pálido reflejo de ese
Amor infinito que une al Padre y al Hijo.
Toda experiencia de amor
sincero es una chispa del Espíritu Santo que se mete en este mundo.
Puedo detenerme a admirar los luminosos reflejos del Espíritu Santo en una
pareja que se ama,
en un abrazo de reencuentro, en un gesto de
servicio humilde y generoso, en una sonrisa que busca hacer feliz a otro.
Cinco minutos con el Espíritu Santo.
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