|
Acuérdate…
¡Recuérdate de cuanto me cuestas!
Recuérdate de cómo, por amor a ti,
presentaré mi adorable rostro
los golpes, a los escupitajos,
a los crueles tirones de mi barba, a
los puñetazos;
mira esta corona de espinas, que me traspasará la
cabeza
con penas tales que ni criatura humana y Angélica comprenderá
jamás.
Pero he aquí que ya me condenan a muerte, como indigno ya de
vivir; he aquí que me cargan con la pesadísima Cruz.
Adiós,
hijito mío amado, delicia de mi Corazón,
no más esclavo, sino
heredero de mi reino.
Adiós. Otros tormentos más atroces me esperan.
Seré extendido horriblemente y clavado a un madero en Cruz.
Estaré tres horas en una agonía tan terrible,
tan desprovisto de todo
socorro, tan abandonado por todos,
hasta por mi padre, tan miserable
y oprimido en el alma y el cuerpo,
que esas tres horas no serán tres
horas,
sino tres siglos de dolores.
Beato P.
Aníbal María di Francia
|
|