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Pecado (1)
Tibi soli peccavi, contra Ti solo
pequé (Sal 50, 6).
Los hombres suelen confundir el pecado con sus
consecuencias. Les entristece entonces el fracaso que introduce en su vida
personal, o la humillación de haber faltado a un deber o los daños
producidos a otras personas. Ven el pecado en relación a su propio ideal
roto o al mal causado a otros.
Sin embargo, no hay pecado sino en
cuanto ofensa a Dios; secundariamente, también en relación a uno mismo, a
los demás y a toda la sociedad. He pecado contra Yahvé, afirma el rey David
cuando se da cuenta del delito que cometió contra Urías. Había cometido un
adulterio, procurando después la muerte, de forma vergonzosa, al marido de
la adúltera, un amigo y uno de sus mejores generales. Sin embargo, el
adulterio, el crimen perpetrado, el abuso de poder, el escándalo dado al
pueblo, por graves que hubieran sido, los juzgaba superados en malicia por
la ofensa a Dios.
Del incumplimiento de la ley pueden derivarse
desastres y sufrimientos, pero pecado propiamente solo existe ante Dios. He
pecado contra el Cielo y contra Ti, proclamará el hijo pródigo cuando vuelve
arrepentido a la casa paterna. «Sin estas palabras: He pecado, el hombre no
puede entrar verdaderamente en el misterio de la muerte y de la resurrección
de Cristo, para sacar de ella los frutos de la redención y de la gracia.
Estas son palabras-clave. Evidencian sobre todo la gran apertura interior
del hombre hacia Dios: Padre, he pecado contra Ti (...).
Padre Francisco Fdez. Carvajal
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