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Jueves Santo
JUEVES SANTO
La soledad te
envolvía, la tristeza te anegaba, y mi alma no sabía ni mi espíritu
calaba por qué de pena morías, si en ti la Gloria llevabas. Pero un
lamento salido del hondón de tus entrañas me manifestó el secreto
que yo tanto deseaba: eres el Amor que vives abrasándote en tus
llamas, y de tanto amor morías, sin encontrar quien te amara como
Tú te merecías ni como Tú desearas. ¡Oh, cuánto sufrí aquel día que
a mi alma te quejabas! ¡si yo, al menos, fuera amor que a tu amor me
retornara…!
SUFRÍA EN SILENCIO…
Jesús
sufría en silencio, y en silencio se quejaba, y en silencio me pedía
que yo entrara en su silencio y en su silencio le amara. Y, cuando yo
entraba en Él, en silencio me quedaba, penetrando la tragedia que
en su silencio se daba… ¡Oh, cuánto dice el silencio, cuando en
silencio nos habla…!
«Postrada a tus plantas,
«Postrada a tus plantas, te pido adorante, mi Jesús excelso, que me
comuniques el secreto oculto que encierra tu pecho… Yo sé que estás
triste, porque lo presiento, y que estás herido en las horas largas
que envuelve el misterio: ¡Siglos de sagrario que oculta al Dios vivo
en su encerramiento con las apariencias de rudo alimento…! Palabra
infinita, canciones de Verbo, Melodía eterna, Fruto del Inmenso…,
¡dame tus penares!, esos que te afligen en noches de duelos, esos
que Tú ocultas tras velos. Iglesia sangrante, estás desgajada,
sangrante, estás desgajada, cubriendo tus joyas con un manto negro…
¡¿Por qué estás de luto, siéndote la Esposa del Dios de los cielos…?!
¿Por qué enronquecida escucho tu voz y oigo tu lamento tras los
requejidos de tu marcha en duelo…?: ¡¡¡Que mueren tus hijos por la
confusión que ha puesto el Soberbio en tu seno!!! ¡¡Misterio que
aterra la gloria del Cielo!! ¿Por qué sufre Cristo clamando al
Inmenso en las agonías de un Huerto…? ¡Está chorreando de
sangre su cuerpo…! ¡Sus poros se abren, en dicho cruento, y rompe
cantando por todo su ser la Gloria infinita del Cielo…!
¡Cantares de Sangre en poros abiertos…! Todo está sangrando el Amor
eterno, siendo Redentor, clamando en el Huerto… ¿Qué tienes,
Jesús…? ¡Dime tus misterios!: Iglesia llorosa desplomada en duelo
pidiéndome ayuda, amor y desvelo… Rostro dolorido cuajado de
lágrimas que implora consuelo… ¿Por qué está llorosa la Esposa
del Dios de los cielos…?: Soberbia que triunfa, hombres de este suelo…
Dios calla y espera su triunfo certero. ¿Por qué calla Dios…? Está
enmudecido el Eterno. Él sabe esperar, y amando a los suyos, vence
en el misterio de su ocultamiento las mentes confusas en sus
pensamientos. ¡Dime tus penares!, ¡cuéntame tus duelos!, descansa
en mi hondura ya que algo comprendo, bajo los arrullos que envuelve
el silencio, del penar sagrado de tu encerramiento… Sé que si Tú
callas, es porque eres BUENO, y esperas paciente la vuelta de
todos tus hijos a tu pecho abierto… ¡La mente del hombre no
entiende el misterio de tus horas largas en silencios quedos…!
Habla, Jesús mío, dime tus penares… Yo escucho, y espero…»
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