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El Espíritu Santo y Maria Esperar la
llegada del Paráclito junto a la Virgen Santísima.
Nuestra
Señora vive como un segundo Adviento, una espera, que prepara la
comunicación plena del Espíritu Santo y de sus dones a la naciente Iglesia.
Este Adviento es a la vez muy semejante y muy diferente al primero, el que
preparó el nacimiento de Jesús. Muy parecido porque en ambos se da la
oración, el recogimiento, la fe en la promesa, el deseo ardiente de que esta
se realice. María, llevando a Jesús oculto en su seno, permanecía en el
silencio de su contemplación. Ahora, Nuestra Señora vive profundamente unida
a su Hijo glorificado3.
Esta segunda espera es muy diferente a la
primera. En el primer Adviento, la Virgen es la única que vive la promesa
realizada en su seno; aquí, aguarda en compañía de los Apóstoles y de las
santas mujeres. Es esta una espera compartida, la de la Iglesia que está a
punto de manifestarse públicamente alrededor de nuestra Señora: «María, que
concibió a Cristo por obra del Espíritu Santo, el amor de Dios vivo, preside
el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el mismo Espíritu
Santo desciende sobre los discípulos y vivifica en la unidad y en la caridad
el Cuerpo místico de los cristianos»4.
El propósito de nuestra
oración de hoy, víspera de la gran solemnidad de Pentecostés, es esperar la
llegada del Paráclito muy unidos a nuestra Madre, «que implora con sus
oraciones el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación ya la había
cubierto a Ella con su sombra»5, convirtiéndola en el nuevo Tabernáculo de
Dios. Antes, en los comienzos de la Redención, nos dio a su Hijo; ahora,
«por medio de sus eficacísimas súplicas, consiguió que el Espíritu del
divino Redentor, otorgado ya en la Cruz, se comunicara con sus prodigiosos
dones a la Iglesia, recién nacida el día de Pentecostés»6.
3
Cfr. M. D. Philippe, Misterio de María, Rialp, Madrid 1986, pp. 348-349. — 4
Pablo VI, Discurso, 25-X-1969. — 5 Conc. Vat. II, Const. Lumen Gentium, 59.
— 6 Pío XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943. —
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