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Un deseo ardiente... San Josemaría.
Procuremos
fomentar en el fondo del corazón un deseo ardiente, un afán grande de
alcanzar la santidad, aunque nos contemplemos llenos de miserias. No os
asustéis; a medida que se avanza en la vida interior, se perciben con más
claridad los defectos personales. Sucede que la ayuda de la gracia se
transforma como en unos cristales de aumento, y aparecen con dimensiones
gigantescas hasta la mota de polvo más minúscula, el granito de arena casi
imperceptible, porque el alma adquiere la finura divina, e incluso la sombra
más pequeña molesta a la conciencia, que sólo gusta de la limpieza de Dios.
Díselo ahora, desde el fondo de tu corazón: Señor, de verdad quiero ser
santo, de verdad quiero ser un digno discípulo tuyo y seguirte sin
condiciones. Y enseguida has de proponerte la intención de renovar a diario
los grandes ideales que te animan en estos momentos.
San
Josemaría.
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